Un día llamaron a la puerta de un
convento, y abrió el hermano portero
llamado Pedro. Este vio con asombro que
un hortelano de las tierras de al lado
le entregaba un hermoso racimo de uvas
tan grande que le causó admiración,
diciéndole:
Hermano: te regalo este racimo de uvas
en agradecimiento por la buena atención
que me prestas cada vez que vengo al
convento-.
Sin pensarlo dos veces el hermano
portero le dio las gracias por tan
precioso regalo y le dijo que no
tardarían mucho en dar cuenta de él.
Apenas salió el hortelano del convento,
Pedro lavó el racimo y lo dejó escurrir
en un clavo que había colgado en la
pared, mirándolo con alegría por el gran
festín que le esperaba. En el convento,
había un hermano enfermo que no gustaba
de comer nada, debido a su enfermedad.
Pedro pensó que sería una buena obra
alegrarle el día a este enfermo y de
paso llenarle el estómago, tan
necesitado de alimento. Sin pensarlo
mucho, descolgó el racimo de uvas y se
fue a la enfermería a regalárselo. El
enfermo, al ver el racimo abrió los ojos
sobresaltado al ver su gran tamaño, y el
portero le dijo:
Hermano Matías, me han regalado este
racimo, pero pensando en tu enfermedad y
sabiendo que no te apetece comer nada,
quizás estas uvas te abran el apetito-.
El hermano Matías le agradeció de
corazón que se hubiese acordado de él,
diciéndole que si se moría le tendría
muy presente cuando estuviera en el
Cielo con Nuestro Señor.
Pedro le buscó una fuente donde le
colocó el racimo para que fuera picando
cuando gustara. Dejándolo solo, se fue
para la portería pensando en la obra que
había hecho por su hermano Matías. El
enfermo cogió el racimo como pudo e iba
a dar buena cuenta de él, pero pensó que
si lo dejaba haría un buen sacrificio
para remisión de sus pecados y bien de
su alma y decidió no comerlo y dárselo
al hermano enfermero, que le atendía con
tanta caridad y se desvivía por él por
las noches.
Llamó al hermano enfermero y este pensó
que le sucedía algo, por la insistencia
en que le llamaba.
Hermano Esteban, me ha traído el hermano
Pedro este racimo para que lo degustara
pensando en mi enfermedad, pero pensé
que, ya que no me entra nada en el
estómago y pudiérase que me hiciera
daño, he pensado que te lo comas tú, que
te portas tan bien conmigo-.
El Hermano Esteban insistía en que
intentara comérselo pero cuanto más
insistía el enfermero más lo rechazaba
el enfermo. Este decidió comérselo en su
celda dándole las gracias por tan
precioso regalo. Y mientras caminaba
hacia su celda, pensó que mejor que
comérselo él, se lo daría al Hermano
cocinero que bien se esmeraba para que
todos lo frailes comieran lo poco que
les llegaba de la huerta y de donativos.
Bajó a la cocina y encontrándose con
Buenaventura, el hermano cocinero, y
topándose de bruces con él y el racimo
le dijo:
Mira lo que me han regalado, pero
te lo regalo a ti para que saborees
estas uvas tan hermosas, como hermoso es
tu corazón.
El hermano Buenaventura - quitándole
importancia a lo que decía, le insistió
que se lo diera mejor al prior ya que
era tan responsable con la comunidad. Y
así fue pasando el racimo de hermano en
hermano por todo el convento, hasta que
llegó de nuevo a la portería donde el
hermano portero, extrañado y perplejo
por el suceso decidió que no diera más
vueltas el racimo de uvas, y ni corto ni
perezoso se lo comió con tal gusto que
le parecieron las uvas más sabrosas que
jamás hubiera comido.
Cuando miras por el bien de los demás y
dejas lo tuyo para ayudar otros, el
Señor te lo devuelve colmado y no el 20
ni el 30 sino el ciento por uno.