Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y
de los ángeles, y me faltara el amor, no sería
más que bronce que resuena y campana que toca.
Si yo tuviera el don de profecías, conociendo
las cosas secretas con toda clase de
conocimientos, y tuviera tanta fe como para
trasladar los montes, pero
me faltara el amor,
nada soy.
Si reparto todo lo que poseo a los pobres y si
entrego hasta mi propio cuerpo,
pero no por
amor, sino para recibir alabanzas, de nada me
sirve.
El Amor es paciente, servicial y sin envidia. No
quiere aparentar ni se hace importante. No actúa
con bajeza, ni busca su propio interés.
El Amor no se deja llevar por la ira, sino que
olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de
algo injusto, y siempre le agrada la verdad.
El
Amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera
y todo lo soporta.
El Amor nunca pasará. Pasarán las profecías,
callarán las lenguas y se perderá el
conocimiento. Porque el conocimiento, igual que
las profecías, no son cosas acabadas. Y cuando
llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá.
Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba y
razonaba como niño; pero, cuando ya fui hombre,
dejé atrás las cosas del niño.
Del mismo modo, al presente, vemos como en un
mal espejo y en forma confusa, pero entonces
será cara a cara. Ahora solamente conozco en
parte, pero entonces le conoceré a él como él me
conoce a mí.
Ahora tenemos la fe, la esperanza y el Amor, los
tres. Pero el mayor de los tres, es el
Amor.(1Cor. 13,1-13).