Ustedes hermanos, fueron llamados para gozar la
libertad; no hablo de esa libertad que cubre los
deseos de la carne: más bien, háganse esclavos
unos de otros por amor. Pues la Ley entera está
en un sola frase: Amarás a tu prójimo como a
ti mismo. Pero, si se muerden y se devoran
unos a otros, ¡cuidado! que llegarán a perderse
todos.
Por eso les digo: anden según El Espíritu y no
llevarán a efecto los deseos de la carne.
Pues
los deseos de la carne están contra El Espíritu y
los deseos del Espíritu están contra la
carne. Los dos se oponen uno a otro, de suerte
que ustedes no pueden obrar como quieran. Pero,
si los conduce El Espíritu, ya no están
sometidos a Ley.
Es fácil ver lo que viene de la carne: libertad
sexual, impurezas y desvergüenzas; culto de los
ídolos y magia; odios, celos y violencias;
furores, ambiciones, divisiones, sectarismo,
desavenencias y envidias; borracheras, orgías y
cosas semejantes. Les vuelvo a declarar lo que
ya les he dicho: los que hacen estás cosas no
heredarán el Reino de Dios.
En cambio, el fruto del Espíritu es:caridad,
alegría y paz; paciencia, comprensión de los
demás, bondad y fidelidad; mansedumbre y dominio
de sí mismo. Ahí no hay condenación ni Ley, pues
los que pertenecen a Cristo Jesús tiene
crucificada la carne con sus vicios y sus
deseos.
Si vivimos por El Espíritu, dejémonos conducir
por El Espíritu.
No busquemos la vanagloria: que no haya entre
nosotros provocaciones ni rivalidades. (Gal 5,
13-26).